La brecha digital también existe en alta mar

Cuando subes a bordo de un barco pesquero, entiendes que hay diferentes tipos de brecha digital. Como comentaba en una entrevista Norberto Emazabel, el patrón del pesquero Tuku-Tuku, perteneciente a la cofradía de Hondarribia, “en un espacio de 30 metros de eslora por seis o siete de ancho solemos estar 16 personas y no hay ni siquiera teléfono, porque sale caro y lo usamos para enviar datos de la pesca». Salir a faenar durante semanas enteras en alta mar a bordo de este tipo de embarcaciones, en el que el espacio para los camarotes y el comedor está economizado al máximo, es una tarea de una exigencia enorme que el satélite puede ayudar a que sea más llevadera y eficiente. Sólo el uso de la conectividad satelital puede permitir que la tripulación de estos barcos pueda contar con acceso a Internet en sus dispositivos móviles a casi 200 millas al oeste de Gijón para así poder hablar con sus seres queridos y contar con una ventana a tierra firme; o que se mejore la eficiencia y la seguridad de la pesca a bordo.

No es una tarea fácil. El entorno marítimo, con su movimiento continuo y la corrosión de la mar, exigen que la antena a bordo esté protegida y mantenga en todo momento el apuntamiento al satélite. También que la conexión que ofrece pueda atravesar el complejo esqueleto del barco y convivir con la mecánica de la sala de máquinas. Y, sin embargo, funciona.

Junto al piloto desplegado en la Sierra de Aralar, el Grupo Red Eléctrica -a través de HISPASAT y Elewit- ha trabajado con Nexmachina y Satlink en un segundo piloto de IoT por satélite, enfocado esta vez al ámbito pesquero. De este modo, se ha realizado en el Tuku Tuku una sensorización encaminada a mejorar las condiciones de seguridad de su tripulación y de la actividad pesquera. En primer lugar, se han instalado sensores de CO2 en los camarotes y el comedor para detectar cualquier problema de ventilación que ponga en peligro a los tripulantes. Además, el Tuku Tuku cuenta con un sensor de temperatura para controlar que las 25 toneladas de bonito que pueden llegar a almacenar en las neveras durante sus travesías a 180 millas al oeste de Gijón se mantengan en perfectas condiciones. Y, por último, en la sala de máquinas, un ruidoso y ardiente laberinto de engranajes, se ha instalado un sensor de vibración que puede detectar un comportamiento anómalo en la maquinaria. Esto es básico para evitar que se produzcan ruidos extraños que espanten a los peces cercanos al pesquero y arruinen la jornada de trabajo. Esta suma de pequeñas cosas redundará en una actividad pesquera más eficiente y segura y en ahorro en las auditorías de calidad y los contratos de mantenimiento de las embarcaciones.